“El gran minimalista”

Por Brígida Renoldi

Leopoldo había alcanzado la antropología. Su mirada no era apenas funcional a su profesión. Era una mirada en la que se encontraban el deseo de comprender con el amor por esa especie que llamamos Hombre. "A mí no fue el exotismo lo que me llevó a la antropología... me atrajo lo que es igual", decía más o menos con estas palabras al explicar su perplejidad primera. En esta expresión resituaba la vieja discusión entre universalismo y relativismo desde otro lugar, donde lo igual podía ser diferente sin dejar de ser lo mismo, con otras vestimentas, habitando otros mundos.

Esta mirada también era minuciosa, era detallista, sutil. Reconocía las grandes cosas en las chiquitas. No por casualidad adoraba las miniaturas. Tal vez porque ellas conservaban el secreto de lo grande en la inocencia de sus tamaños. Quizás era un poco así también que él nos veía, fuéramos investigadores, polacos o relocalizados... como pequeñas expresiones de lo grande que en nuestros detalles haríamos el todo. Un antropólogo es algo así como un médico generalista, decía. Al poner en relación todas las partes vitales comprenderíamos a la gente en sus medios, con sus motivaciones, sus sueños, sus miserias y egoísmos.

A veces hay que hacer algo no del todo bueno para hacer algo bueno, le escuché decir en algunas ocasiones... no para justificar, sino para dimensionar lo posible y evaluar los costos y las conquistas. La acción humana era para él una mezcla de condiciones, intenciones, deseos y circunstancias. Jamás concibió la arbitrariedad de la acción humana y siempre se esforzó por desmontar su apariencia a través de la reconexión entre todo aquello que observaba. Por eso lo llamábamos el gurú de la antropología.

En su minimalismo, una frase podía rehacer el camino de alguien. Lo buscábamos para hablar de nuestro trabajo, y él nos iba revelando cuánto el trabajo estaba tejido con nuestras vidas... por eso se fue haciendo amigo de muchos de nosotros. Leo tenía la sensibilidad de un niño, la sabiduría de un anciano, la frescura de un joven, la ilusión de un adolescente. Tenía la fuerza de un león y la suavidad de un pajarito. En sus medidas justas Leo nos dio todo. Por ser él y darnos la oportunidad de ser con él, conservaremos su grandeza en cada gesto nuestro que refleje sus enseñanzas, su lucidez, su amor y sus cuidados.

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