Por María Elena Elena Krautstofl
-Hola Leo cómo andás?
-Hola polaquita... y bien aquí estoy... ( y haciendo un gesto de "no puedo hacer otra cosa"). Aquí estaré hasta el final.
Final en el que todos estuvimos con gran congoja, la que no cesa. Ante cualquier recuerdo aparecen las lágrimas. Hace pocos días, en el trayecto de un viaje cercano, unas dos horas, tuve un tiempo conmigo misma mientras lo recordaba, fue mi amigo, la confianza se estableció desde siempre.
Fue un MAESTRO, sacaba de su chaleco (no usaba galera) lo que más le ocupaba en el momento, siempre desde un esoterismo que podía girar entre la ciencia y la magia, entre citas y amores platónicos, entre lo simple y lo complejo, siempre acorde a las circunstancias.
El impulso, porque también se manejaba por impulsos e intuiciones como cualquier humanamente humano, lo llevó a crear espacios de gran importancia académica a sabiendas de quiénes lo acompañaban, que de tan tesonero también supo seducir con argumentos intachables a quiénes lo podrían haber atendido con desconfianza. En ese campo del saber, a veces tan poco flexible y competitivo, desplegó un secreto manejo de las relaciones que lo hizo con fines precisos y claros: crear un estilo de hacer antropología, de pensar la antropología y también a fundar dos instancias de aprendizaje para aquellos ávidos de las ciencias sociales, la Licenciatura y el Postgrado en Antropología.
Sí, desde 1995 en Misiones tuvimos esa oportunidad. La Universidad Pública se vio enriquecida por un plantel docente de excelencia convocado por Leopoldo, que fortaleció el interés de los "curiosos" en las artes de la investigación social y cultural, política y económica, ecológica y física.
Cómo no dejar de recordarlo, cómo sostener la ausencia –la que para los que quedamos significa la muerte- de una presencia que delineó todo un estilo y una estética (concepto que a él le gustaba) en la que nos sentíamos contenidos y apreciados. La única respuesta que podría esbozar es la del compromiso en asumir la continuidad en el intercambio del Don y en la generosidad del dar y el recibir, tal como Leopoldo siempre lo hizo.
No me puedo despedir, sí puedo entender que ya partió, pero también me imagino que por donde ande, estará desojando margaritas "...me quiere, no me quiere, me quiere..." y tal vez pensando en los poemas que se quedó con ganas de escribir.